EL CASTILLO

1252-2003
Un poema de Julio Escribano Hernández
I
“Un castillo desmochado
su vieja quejumbre canta”
Son palabras de un poeta
que caminó por La Adrada
en tristes tardes de otoño
con el dolor en el alma.
Tanto tiempo había pasado
sin oír una palabra
en aquellos viejos muros,
que sus ojos se nublaban
a la vista del castillo:
torvas piedras de montaña,
sepultadas bajo el musgo,
bajo rocío de lágrimas
desde que antaño se hicieran
leyenda o historia clara
por la ciega luz del sol
y sangre de cien batallas.
En el suelo están dormidas
las almenas desdentadas

y las torres con escudos
de nobleza castellana.
Sólo un arco de su iglesia
como saeta sagrada
ha marcado allá en lo alto
signos de glorias lejanas.
Con sus piedras ya se ha hecho
almoneda legendaria:
el pueblo se ha repartido
las piezas mejor talladas
para construir corrales
y fortalecer las casas
mezclando brava pobreza
con nobleza destronada…
El castillo desmochado
se ha sembrado en barbacana.

II
Hoy se levantan de nuevo
el castillo y sus murallas
con las viejas estructuras
que renacen con el alba.
Se despiertan las almenas
más viejas y desdentadas
para contarnos historias
del pueblo y de sus batallas,
Y de reyes legendarios
que en su campiña cazaban:
de don Alfonso y don Sancho
Y de Enrique, el Trastamara
que hasta lograron quitarle
el acento de su alma,
de don Fernando y don Pedro,
de Isabel y doña Juana
que se proclamaron reinas
en las Cortes castellanas.
Unos, por ser Isabel
de don Enrique hermanastra,
buscaron en ella apoyo,
olvidando a doña Juana,
hija y esposa de rey,
pero nunca coronada.

Otros quisieron tener
a tan singular infanta
encerrada en un convento
con hijas de Santa Clara
en la ciudad de Coimbra,
para dejarla sin nada
que recordara un Estado
o el poder de los monarcas.
Hubo hasta quien sembró
sobre su honor la cizaña
y para manchar su nombre
“Beltraneja” la llamaba.
Las cuitas se dirimieron
al filo de las espadas
emprendiendo fuertes luchas
en la tierra zamorana.
Si don Álvaro viviera
cuánta historia nos contara
de su vida en el castillo,
de las damas y sus danzas,
del linaje de los Luna,
de don Juan y de su casa,
de su lujo y abolengo
y sus vajillas de plata,
de la madre de Isabel
en España desposada,
¡qué recuerdos no diría
escondidos en su alma!
Con orgullo esta mujer
fue tejiendo la venganza
hasta levantar patíbulo
en la plaza castellana.
Escuchemos tras los muros
las insólitas hazañas
que el cancerbero del tiempo
mantiene muy bien guardadas.

Otra publicación de Julio Escribano: Alcorcón, ayer y hoy

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