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En nuestra sección de Publicaciones, tenemos el placer de compartir hoy otro poema de nuestro querido Amigo de La Adrada, Julio Escribano Hernández. Aunque esta composición no trata directamente sobre nuestra villa, sí que toca una fibra común con los muchos visitantes que, desde localidades cercanas de la provincia de Madrid, eligen La Adrada como su segunda residencia. En esta ocasión, Julio nos transporta a Alcorcón, evocando el paso del tiempo y los cambios que ha vivido esta ciudad, con un recorrido que une el ayer y el hoy de su historia.

Este poema es un reflejo nostálgico de cómo el tiempo transforma paisajes y costumbres, algo que, sin duda, resuena en todos nosotros. Queremos agradecer a Julio su generosidad por compartir esta obra, permitiéndonos disfrutar una vez más, de su talento y visión poética.

Alcorcón, ayer y hoy

1964-1990
Un poema de Julio Escribano Hernández

I
Horizonte con estrella,
altozano, atalaya,
talleres de alfarería,
Alcorcón en la mirada.
Estrechas y angostas calles
con sus apiñadas casas
en torno a Santa María,
santa María la Blanca,
donde lumbres encendidas
mil aromas desparraman:
tomillo, cantueso, espliego,
almendro, sarmientos, jara,
con viejo tronco de guindo,
paja de trigo y cebada
y unos leños de la encina
prendidos con mejorana.
El pueblo… un esenciero
al despertar con el alba
perfumada y encendida:
enamorada muchacha
que se encuentra cada día
por los gallos cortejada.
Un arriero que ha salido
por los caminos de escarcha
a vender unos pucheros
se pierde por lontananza.
La yuntas de los Mendoza
llevan alforjas bordadas
y arados de reja fina
para labrar tierra llana.
Los pastores han sacado
las ovejas… y unas damas
se dirigen hacia el templo
a la primera campana.
En un taller de alfarero
unas mujeres trabajan
los cántaros y las ollas,
los pucheros y las jarras
como lo hicieran en Grecia
en época muy lejana.
Un labriego abre los surcos
y la semilla derrama…
El sol mide los silencios
con sus manillas doradas
que se escapan de la esfera
en la tarde gris y malva.

II
Arcos iris de ladrillo
llenan la ciudad callada
tras tormentas de progreso
y ríos de negra lava.
Se transformaron las huertas
con su rocío y escarcha
renunciando a sus arroyos
y a sus fuentes reposadas…
Se hizo un monumento al árbol,
al agua blanca y amarga,
al espliego y al romero
y a la rosa más rosada
pues los labriegos de antaño
hoy jardineros se llaman…
El aire se ha perfumado
con esencias escarlatas.
El sol deshecho en espejos
se defiende a dentelladas
más fuertes que el rojo fuego
que borra ríos de plata,
Los ruidos se multiplican
nadie conoce la calma
escondida entre los valles
de las más altas montañas.
Un museo de silencio
se ha construido en la plaza.

Julio Escribano 1990

Otra publicación de Julio Escribano: El Castillo

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