Por: Julio Escribano Hernández.

Ávila,Visita cultural

Un grupo de veinticinco personas, relacionado con la Asociación Amigos de La Adrada como miembros y simpatizantes, se reunió el sábado 21 de julio, a las siete y media, en la Plaza del Riñón para llevar a cabo una visita cultural a la ciudad de Ávila, preparada por Pepi Rodríguez Rodríguez, quien seleccionó no solo los monumentos y lugares a visitar sino también el restaurante por indicación del presidente Juan Antonio, que contrató el autobús conducido por Sigfrido, quien partió puntualmente llegando a su destino a las ocho horas y cuarenta minutos. Desayunamos en el Restaurante Sol, donde anunciaban en un gran cartel: “Hay churros”, pero no se había calentado el aceite y nadie pudo degustarlos al ser sustituidos por tostadas o cualquier tipo de bollo industrial.

De inmediato, el grupo se dirigió a la Iglesia de San Vicente donde todos, incluidos los más jóvenes y los niños, admiraron el conjunto románico de la singular basílica de los santos hermanos mártires Vicente, Sabina y Cristeta, declarado Monumento Nacional en 1882. Pepi, la guía del grupo, comentó la estructura arquitectónica del exterior observando dos clases de piedra de granito: la berroqueña de la sierra de Guadarrama de color grisáceo y la típica de Ávila de color rojizo, conocida como “granito sangrante” con alto contenido férrico, que ha dado solidez al tempo. La construcción del mismo se inició en 1130, desarrollando los trabajos entre los siglos XII y XIV con la ayuda de los reyes castellano-leoneses Alonso X el Sabio y Sancho IV, que dejaron su huella medieval, no modificada gracias a las normas aplicadas respetando su estructura en posteriores reformas, como la llevada a cabo por el arquitecto abulense Enrique María Repullés y Vargas a comienzos del siglo XX. Exteriormente nos detuvimos en la portada occidental no muy bien conservada en sus imágenes. Consta de un gran arco de medio punto con cinco arquivoltas decorada la primera con centauros, basiliscos, arpías, grifos y sirenas entre la maraña vegetal que parte de un monstruoso rostro ubicado en la clave. La segunda tiene hojas enroscadas; la tercera presenta flores realzadas; la cuarta con palmetas enlazadas y la quinta lo cierra con un grueso baquetón y arquillos. Sobre este baquetón hay una decoración horizontal con mujeres y hombres desnudos levantándose y alzando los ojos al cielo en clara alusión al capítulo 20 del Apocalipsis, versículo 12 para quienes ven en la representación el juicio final. Así se completa la decoración con el toro de san Lucas y el León de san Marcos además de las escenas del rico Epulón y el pobre Lázaro narradas por san Lucas en su evangelio. Las cinco arquivoltas descansan sobre diez figuras adosadas que observan al Salvador, Juez apocalíptico para unos y el Resucitado que llenó de valor a los apóstoles para otros.

En el interior de la basílica nos sorprendió la esbeltez de los muros delimitando las tres naves y la planta de cruz latina rematada con bóvedas de crucería. Quizá lo más destacado del templo sea el altar, el cenotafio y la cripta. El cenotafio es el monumento funerario dedicado a san Vicente y a sus dos hermanas, santas Sabina y Cristeta, que en su compañía sufrieron martirio durante la persecución de Diocleciano en el año 306, por orden del pretor Daciano al no aceptar el culto al emperador, ni a la diosa Roma ni a los lares y penates. Ellos adoraban a un solo señor, como los Reyes Magos que se representan en los relieves del monumento, cuya figura destacada es el Pantocrátor sobre la mandorla o almendra mística, la cual se halla la Rosa Juradera por ser la Basílica de San Vicente una de las tres iglesias juraderas de la Corona de Castilla con San Isidoro de León y Santa Gadea de Burgos. Fue en 1505 cuando se prohibió esta práctica en los juicios.

A este cenotafio, rico en iconografía, que ilustra con relieves de piedra policromada el martirio de san Vicente y sus hermanas como lo hicieran las Actas de los Mártires,se le agregó un baldaquino en el siglo XV. Sus restos no están en este monumento, sino en unas urnas depositadas bajo el altar mayor de la basílica, pues viajaron por el Monasterio de San Pedro de Arlanza, por la Colegiata de Covarrubias y por la capilla de las reliquias de la Catedral de Burgos. Tras visualizar la historia del cruel martirio de los tres hermanos desde la acusación al arrepentimiento del judío que los delató, Pepi nos invitó a descender a la cripta donde está la Virgen de la Soterraña, la patrona de la ciudad; la roca donde se hallaron los cuerpos descoyuntados con las cabezas aplastadas de los tres mártires y el lugar elegido por Santa Teresa de Jesús para descalzarse iniciando la reforma carmelitana. Nos recordó que “para subir al cielo siempre se sube bajando” las cuarenta escaleras de la cripta.

Desde la basílica continuamos la visita por el recinto amurallado hasta el Palacio de Polentinos (s. XVI), donde hay una buena exposición de historia militar, un gran archivo castrense y el Museo del Cuerpo de Intendencia con tapices del siglo XVI y uniformes de cadetes desde 1704. En la inauguración del primer Año Jubilar Teresiano estuvo presente el Cuerpo de Intendencia al tener como patrona del mismo a Santa Teresa de Jesús, que ilustra con simpática figura alguna de las maquetas de la formación militar.

No pudimos visitar el Palacio de Núñez Vela por estar en obras de restauración y adaptación a las necesidades actuales.

La exposición de Guido Caprotti, amigo de G. Verdi, nos permitió disfrutar del paisaje, costumbres, retratos, miniaturas, pinturas de Caprotti , Laura de la Torre, hijos y amigos entre los que podemos nombrar a Joaquín Sorolla, pintor de la luz en un buen lienzo que representa a Laura, la mujer de Guido. Otros amigos como López Mezquita, Miguel de Unamuno, el sereno de los fríos inviernos de Ávila, personajes mejicanos, miniaturas de las reinas españolas e inglesas aparecen en esta exposición-museo de una familia enamorada de Ávila.

No podía faltar la visita a Vettonia, cultura y naturaleza, a sus castros y sus pueblos donde los hombres guerreaban o descansaban hacia el 218 a. C. En esta exposición hubo buena documentación sobre los vettones y sus castros: Ulaca, Sanchorreja, La mesa de Miranda, Los Castillejos, Las Peredejas, El Raso… Fueron doce las salas recorridas bajo algunos de estos marbetes: ¿Quiénes eran los Vettones?; El descubrimiento de la Cultura Vettona; Los castros y su arquitectura. Las puertas; La agricultura. La ganadería; Las actividades industriales. La cantería; La vivienda. El urbanismo; Los verracos. Significado y cronología; La sociedad vetona… El fuego era un elemento esencial para estos pueblos que cubrían sus habitáculos con ramajes por los que se filtraba el humo, destructor y depredador de insectos, moscas y mosquitos, difusores de epidemias. La llegada de las tropas de Cásar domesticó a estos pueblos, seguidores de Pompeyo.

Después de estas actividades nos dirigimos al Restaurante Sol donde uno de los niños, Alfonso Montes Orbe, sevillano de pro, recitó a los postres una elegía de Antonio Machado, a la que respondimos con grandes aplausos reconociendo su vena artística.

Durante la tarde visitamos el Real Monasterio de Santo Tomás donde el burgalés Santo Domingo de Guzmán fue mentor espiritual. Pepi se fijó en la entrada principal coronada por el águila de san Juan y los símbolos de las flechas de Isabel y del yugo de Fernando, distribuidos en la ornamentación que marcaba la H, primera letra de la palabra Hispanidad que se refleja en sus piedras. Anduvimos por sus tres claustros: el del silencio o de difuntos, el del noviciado del convento y el de los Reyes, el más amplio y luminoso. El altar mayor de su capilla, obra de Pedro Berruguete, es espléndido, así como el sepulcro del infante don Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos. Es un sepulcro de alabastro, hecho en Italia por Domenico Alessandro Fancelli y llevado a este Real Monasterio que eligieron loa Reyes Católicos para honrar a su primogénito, nacido en Sevilla en el verano de 1478 y fallecido en Salamanca. Además del sepulcro, de los relieves y de algunos escritos salmantinos, un medallón del Hostal de San Marcos de León lo recuerda. En su testamento del 4 de octubre de 1497 ante el secretario Gaspar de Gricio, hermano de La Latina, dispuso “que su cuerpo fuera sepultado a donde el rey y la reina se hubieren de sepultar, o donde sus altezas mandaren”. Dejó encargadas misas y destinó un millón de maravedíes para casar huérfanas pobres y medio millón para rescatar cautivos, así como el dinero necesario para terminar las obras de los conventos de San Esteban y de San Francisco de la ciudad de Salamanca… Firmaron como testamentarios el obispo de Salamanca Diego de Deza, su confesor fray García de Padilla y el contador mayor Juan Velázquez. Falleció a los 19 años, poco tiempo después de su boda.

Por este monasterio pasearon Santa Teresa que rezaba ante el crucificado sangrante de Gil de Siloé, con la lanzada en el costado, y se confesaba con el P. Ibáñez; Pedro de Berruguete; el gran inquisidor Torquemada y, especialmente, los Reyes Católicos que contaban con dos sitiales reservados en el coro, compuesto de 45 sillas en la parte superior y 34 en la inferior. Su estilo recuerda al de la Cartuja de Miraflores (Burgos). Lo talló Martín de Valladolid sin repetir la decoración de cada respaldo.

Recorrimos también el Museo de Arte Oriental, ubicado en el mismo monasterio. Nos llamó la atención el conjunto de monedas chinas usadas como amuleto para librarse de las enfermedades. Es curioso el dinero mágico que ofrecían a sus antepasados para que obtuvieran cuanto desearan en la otra vida, pues según el dicho chino “la cosa más importante de la vida es tener un buen funeral”. Quizá en esta ceremonia se entregaba al difunto este dinero de pasta de arroz teñido con suaves tonos rojizos para hacer el largo viaje. Una campana de bronce del siglo V a. C., lacas y maderas policromadas del siglo XVIII con personajes de la literatura china, botellas y platos de los siglos XII y XIII, los blancos de China, los dioses celestes y los guardianes de los cuatro puntos cardinales, realizados en la dinastía Qing (1644-1911), los horóscopos y sedas chinas, la montaña taoísta y los paisajes con pagoda son otros de los exponentes de esta cultura milenaria.

No podían faltar en este museo los objetos japoneses, el célebre Gong, los bronces, las katanas de autodefensa ni las, delicadas piezas lacadas del periodo meijí ni tampoco el mueble filipino de teka labrada con incrustaciones de nácar, ni Santo Tomás de Aquino ni Nuestra Señora del Rosario ni la imagen del Cristo de Isabel II, realizaciones todas ellas orientales.

Con rapidez vimos el Museo de Ciencias Naturales con centenares de pajarillos disecados, muchos de ellos sin identificar, y otros animales de exóticos de mayor tamaño.

A las 19 h. dejamos el Real Monasterio, subimos al autobús conducido por Sigfrido y a las 20 h. 6 min. llegamos a La Adrada con nuevos proyectos culturales.

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