Club de lectura: “La busca” de Pío Baroja y poemas de Ángel González

Crónica: Julio Escribano Hernández

LA TRENZA

La Busca.
Pío Baroja (1872-1956) 

LA TRENZA

Ángel González
(1925–2008)

Al fin nos hemos reunido los participantes del Club de Lectura, en la Panadería-Cafetería Copii, para comentar un libro de Pío Baroja. Ha sido el sábado, 12 de abril, pues desde el mes de enero de este lluvioso y desapacible 2025, no hemos tenido un fin de semana para llevar a cabo la reunión.
Recordamos en primer lugar una sencilla biografía de los hermanos Pío y Ricardo, insistiendo en la del autor de “La Lucha por la Vida”. Pío Baroja (San Sebastián 1872-Madrid 1956) estudió Medicina, pero la ejerció pocos años como médico de hospital. Vivía con sus padres, con su hermano Ricardo y su hermana Carmen en un caserón de la calle de la Misericordia, que era también residencia del capellán de las Descalzas Reales y tenía una Panadería llamada Viena-Capellanes por estar en la casa de estos clérigos. 
Por herencia Pío y Ricardo se convirtieron en maestros panaderos, conocedores del barrio, escritores y dibujantes en el despacho industrial y en los Cafetines. Pío escribe “La Busca” en 1904 y su hermano Ricardo la ilustra. Es la primera parte de la trilogía de “La Lucha por la Vida” que incluye otras dos novelas: “Mala hierba” y “Aurora Roja”.
La Busca es una obra fría, objetiva y de observación directa, pues en la panadería trataban los hermanos con mucha gente pobre de Madrid. Así los grabados de Ricardo aluden al golfo, al vagabundo, al trapero, al descuidero, a la prostituta… Manuel procura luchar en este ambiente. Al hablar del Madrid real de su novela, de los modos de vida en los barrios de las Injurias, de la Inclusa, de las Rondas, del Arroyo de Embajadores, de Príncipe Pío, de las Cuevas de San Blas, de los Cuatro Caminos, de las Pozas, de las Ventas del Espíritu Santo nos descubre que vivir en la ciudad durante la regencia de María Cristina no era fácil para quien no tuviera una situación privilegiada. Para Baroja el madrileño busca vivir en el centro y califica a sus personajes de “gente descentrada”. 
Se habló del Sr. Custodio y de los diez mil traperos que había en Madrid en 1902, de los aguadores y las fuentes públicas, del “IX Congreso Internacional de Higiene y Demografía” en la alcaldía del Conde de Romanones (1898)… 
Se propuso para leer y comentar en la próxima reunión del Club de Lectura del 24 de mayo “La Sociedad Literaria del Pastel de Piel de Patata de Guernsey. 
La compañera Montserrat Pérez aportó documentación sobre el poeta Ángel González, cuyos poemas fueron leídos y comentados al finalizar la sesión.

CIUDAD CERO
Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años –que eran
la quinta parte de toda mi vida–,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente,
el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
–papeles y retratos
en medio de la calle…
Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.

OTRO TIEMPO VENDRÁ
Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas».
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.

MIENTRAS TÚ EXISTAS
Mientras tú existas…
Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz cualquiera…
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.

BOSQUE
Cruzas por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que estás allí, y lanza su silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las últimas fronteras de la tarde.

ALGA QUISIERA SER, ALGA ENREDADA…
Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.
Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.
Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…
Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.

QUÉDATE QUIETO
Deja para mañana
lo que podrías haber hecho hoy
(y comenzaste ayer sin saber cómo).
Y que mañana sea mañana siempre;
que la pereza deje inacabado
lo destinado a ser perecedero;
que no intervenga el tiempo,
que no tenga materia en que ensañarse.
Evita que mañana te deshaga
todo lo que tú mismo
pudiste no haber hecho ayer.

PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…

J.R.J.
Debajo del poema
–laborioso mecánico–,
apretaba las tuercas a un epíteto.
Luego engrasó un adverbio,
dejó la rima a punto,
afinó el ritmo
y pintó de amarillo el artefacto.
Al fin lo puso en marcha, y funcionaba.
-No lo toques ya más,
se dijo.
Pero
no pudo remediarlo:
volvió a empezar,
rompió los octosílabos,
los juntó todos,
cambio por sinestesias las metáforas,
aceleró…
mas nada sucedía.
Soltó un tropo,
dejó todas las piezas
en una lata malva
y se marchó,
cansado de su nombre.

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