AMIGOS DE LA ADRADA

ASOCIACIÓN

La Otoñada

Un documento de Conchi Roldán y Juan Luis Calzado.
Miembros de la Asociación de Amigos de La Adrada.

Detalles
Distancia: Al tratarse de una ruta no circular omitimos los kilómetros, ya que existen dos opciones, pero ambas pueden hacerse en una mañana.
Dificultad: Baja, solo un repecho empinado pasado el molino de piedra.
Época: Obviamente, en otoño.

El recorrido
Observando el croquis, veremos que se trata de dos rutas, una a cada lado de la Garganta de Santa María, por lo que podemos empezar desde el pueblo cualquiera de ellas.

Bajamos por la carretera 501 hacia Piedralaves y a 900 metros nos encontraremos con un puente que salva la garganta, y a mano derecha dos carteles que indican: Pista forestal monte 56 y otro más pequeño «Urbanización Tiétar Park» a 200 metros.

Tomando el camino, ya empezamos a disfrutar viendo la garganta a nuestra derecha, que si baja con agua suficiente es todo un espectáculo, al formar pequeñas cascadas dado el desnivel del terreno.

A no más de 300 metros encontramos a nuestra izquierda un magnífico prado que, por estar regado por el agua de la garganta, luce verde todo el año, contrastando con el ocre de los robles y castaños.

Es la estación de las setas, algo mágico para los aficionados. En este paseo y en la zona de pinares, pueden encontrarse gran variedad de setas, pero sin duda, es el níscalo el más representativo

Seguimos camino arriba, ahora entre pinos a ambos lados del mismo. Es tiempo de abrir bien los ojos y mirar al suelo y en derredor con atención, porque la naturaleza nos obsequia con los frutos propios de la época, como son los piñones y el majuelo.

En este camino pueden contemplarse uno de los más bellos atardeceres que podamos imaginar, mirando hacia la izquierda y entre los claros de los pinos, el sol se oculta majestuoso sobre las montañas de Piedralaves, en un impensable alarde de colores. El camino termina junto al Puente del Martinete, en la carretera asfaltada que sube desde la Nava y llega hasta Piedralaves. Nos detendremos un momento en este puente, pues sin duda es uno de los sitios más frescos de La Adrada.

Es tal el tamaño de los alisos que pueblan sus orillas, que ni en pleno verano lo acaricia el sol. Siguiendo ya por la carretera asfaltada hacia arriba, a cosa de 1 kilómetro veremos a nuestra derecha el famoso «vagón de ferrocarril», convertido en vivienda habitual por un enamorado de la zona.

Unos metros más y encontramos de repente un gran prado a nuestra derecha, separado de la carretera por una hilera de castaños inmensos.

En la curva que indica el croquis hay un cartel que reza «finca particular». Se trata de un camino de tierra donde podremos admirar ejemplares de todos los tamaños y tonalidades de ocres y amarillos.

Este camino sigue así aún durante más de un kilómetro, hasta terminar en una garganta, pero no es aconsejable tomarlo, toda vez que le piso suele estar impracticable por las lluvias y cerrado al paso por las zarzas en varios sitios. Iniciamos pues el retorno por donde hemos venido, pasamos el Puente del Martinete de nuevo en dirección a La Adrada y a unos 200 metros encontramos a nuestra izquierda una desviación y un nuevo cartel que reza: «Monte 56 de La Adrada». Estamos iniciando la segunda de las opciones, por el otro lado de la garganta.

Dejamos a nuestra izquierda las ruinas de un viejo molino de piedra y a 200 metros nos toparemos con una casa de piedra. Siguiendo el camino que la bordea (como puede apreciarse en la foto), y si las lluvias no han sido muy pertinaces, empezaremos a subir el desnivel del que hablábamos al principio. Un camino de piso irregular que va empinándose poco a poco, rodeado de castaños y robles a ambos lados del mismo.

Conviene ir despacio, tanto por la dificultad de la cuesta, como por el placer de no perderse ninguna de las vistas que pueden contemplarse, sobre todo, mirando hacia nuestra izquierda. El camino se separa de la garganta, pero existen muchas veredas que nos pueden llevar hasta sus orillas.

Existen lugares de una belleza excepcional, donde poder sentarse sobre unas inmensas rocas, encima mismo del agua y disfrutar del maravilloso «ruido» que forman al unísono las cascadas de agua e el trinar de los pájaros.

Al tratarse además de un lugar poco frecuentado (es fácil no encontrase a nadie en horas), hace el paseo aún más bello y relajante. Una vez bien pateada la zona, iniciaremos el regreso por el mismo sitio, bajando ya por la carretera asfaltada hasta La Nava y el pueblo.

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