La recia personalidad de Teresa de Jesús
Conferencia de Julio Escribano Hernández.
Imagen: Retrato de Santa Teresa
Durante el turno de preguntas. A la izquierda el profesor Julio Escribano, acompañado por Juan Antonio Andreu, presidente de la Asociación Amigos de La Adrada.
A las 19 horas del sábado 18 de agosto, con gran puntualidad el presidente de la Asociación Amigos de La Adrada, Juan Antonio, presentó ante un auditorio de medio centenar de personas al profesor Julio Escribano, quien dio una conferencia oral sobre santa Teresa de la que recogemos los siguientes apuntes que se han entregado a José Antonio, ilustrador de los acontecimientos culturales, para que los incluya en la página de la Asociación:
Desde el domingo 15 de octubre de 2017 hasta el lunes 15 de octubre de 2018 –nos dijo- es posible celebrar en Ávila y su provincia el PRIMER AÑO JUBILAR TERESIANO, concedido por el papa Francisco a cuantos siguen los pasos de esta santa castellana, mujer de gran encanto personal, defensora de la sencillez y enemiga de todo lo que no fuera vida auténtica. Los abulenses, unas veces la han denostado y otras la han encumbrado como ha sucedido con las mujeres y hombres de fuerte personalidad. No son indiferentes. Hoy, Teresa de Jesús interpela en este año jubilar a cuantos buscan el sentido de la vida, abiertos a la verdad.
En la Plaza del Mercado Chico se congregaron más de tres mil personas al iniciarse este gran acontecimiento el domingo 15 de octubre de 2017, presididas por autoridades civiles y religiosas, con asistencia de los cadetes de la Academia de Intendencia de Zaragoza, que la tienen como patrona desde el 23 de junio de 1915, y la presencia del Regimiento de Regulares de Melilla nº 52, que aumentaron el colorido y la solemnidad del acto. A partir de ese día se han organizado rutas para dar a conocer esta tierra castellana, sus santos inolvidables, su cultura, su gastronomía, su arte y todo aquello que contribuye a la felicidad humana siguiendo los pasos de la personalidad de Teresa de Jesús, mujer de vida auténtica, llena de simpatía. ¿Quién no ha oído hablar de las cuatro rutas que se han organizado con la finalidad de ganar el jubileo conociendo a la Santa y a su tierra? Así la primera se ha denominado “De la cuna al sepulcro”. Se inicia en Ávila por Gotarrendura, lugar de su nacimiento aquel miércoles santo, 28 de marzo de 1515 y del fallecimiento de su madre Beatriz casi 14 años después, y termina en Alba de Tormes (Salamanca), donde fallece Teresa el 4 de octubre de 1582. La segunda, llamada “Ruta de la salud”, recuerda a la mujer que enferma a los 24 años, es decir en 1539, diez años después de la muerte de su madre, con la que había compartido el cuidado de los niños, sus hermanos pequeños que aumentaban cada año. Su padre, Alonso Sánchez de Cepeda, buscó la salud que abandonó a su esposa a los 33 años, e hizo cuanto pudo por la de su hija confiando en galenos y curanderos e incluso en los brebajes de una famosa mujer de Becedas, que habrían acabado con la vida de Teresa, si no hubieran prescindido de ellos. La tercera o “Ruta del Confesor” ilustra sobre los confesores y orientadores letrados, que tuvo para iniciar la reforma del Carmelo entre los que podemos citar a san Juan de la Cruz, Domingo Báñez, Gaspar Daza, Jerónimo Gracián, Pedro Ibáñez, Baltasar Álvarez y san Pedro de Alcántara, quien recorría descalzo y a pie estas tierras del Tiétar, la calzada romana o el frío y nevado paisaje del Puerto del Pico. Este franciscano, que murió en Arenas de San Pedro en 1562, había conocido a santa Teresa a través de doña Guiomar de Ulloa y la orientó para llevar a cabo su primera fundación, la de San José de Ávila, inaugurada el 24 de agosto de ese mismo año. La cuarta es la “Ruta de los caminos y las posadas”, propuesta por el Monasterio de la Conversión de Sotillo de La Adrada, muestra la actividad de esta “fémina inquieta y andariega”, que anduvo por España fundando conventos reformados en la descalcez del Carmelo. Muchas dificultades tuvo y un único lema: “Sólo Dios basta”. Su alma estaba llena de la presencia de Dios, con quien dialogaba, se quejaba y reponía fuerzas en la oración, jamás olvidada.
Realmente ¿quién era Teresa de Jesús? Esta es la pregunta que nos lleva a descubrir los rasgos de su personalidad presentes en su vida y en sus escritos. Siendo mayor le dijo a un padre carmelita: “Sepa, padre, que me loaban por tres cosas temporales, que eran de discreta, de santa y de hermosa… mas de lo que me decían que era buena y santa, siempre pensé que se engañaban”. Los biógrafos coetáneos de la santa han dejado escrito que tuvo en su mocedad fama de muy hermosa… y hasta la última edad mostraba serlo. Recogiendo este sentir, el padre Efrén de la Madre de Dios nos deja el siguiente retrato, basado en las declaraciones de la carmelita María de San José que la conoció personalmente y captó la fuerza de su personalidad: “Era de mediana estatura, antes grande que pequeña (media 1,68 m.), gruesa más que flaca, y en todo bien proporcionada. El rostro, los tercios de él iguales, no se puede decir redondo ni aguileño. Era de color blanca y encarnada, especialmente en las mejillas. Tenía el cabello negro, limpio, reluciente y blandamente crespo. La frente, ancha, igual y muy hermosa. Las cejas, algo gruesas, de color rubio oscuro, el pelo corto, largas y pobladas, no muy en arco, sino algo llanas. Los ojos, negros, vivos, redondos; no muy grandes, mas muy bien puestos y un poco papujados; al reír mostraban alegría, y cuando mostraba gravedad eran muy graves. La nariz, bien sacada, más pequeña que grande; no muy levantada de en medio, disminuida en derecho de los lagrimales hasta igualar con las cejas, formando un apacible entrecejo; la punta, redonda y un poco inclinada para abajo, las ventanas, arqueadas y pequeñas. La boca ni grande ni pequeña… de muy linda gracia y color. Los dientes iguales y muy blancos. El mentón, bien formado. Las orejas pequeñas… Tenía muy lindas y pequeñas manos, y los pies, igualmente lindos y proporcionados”.
Con estas cualidades sintió muy pronto, en la adolescencia, el despertar del amor. Conocía la condición humana de su tiempo. Había leído mucho, iniciada desde niña con su hermano Rodrigo en el Flos Sanctorum, que era como el TBO de la época con numerosas ilustraciones sobre el martirio de los santos. El Flos sanctorum, editado en Zaragoza en 1521, cuando Teresa tenía 6 años y su hermano mayor Rodrigo unos 9, fue reproducido y corregido muchas veces con el título La vida de nuestro señor Jesu Christo, de su sanctissima Madre y de los otros sanctos segund el orden de sus fiestas por Fray Pedro de la Vega, de la orden de san Jerónimo. Los mártires ganaban la vida para siempre. Era la conclusión a la que llegaban los abulenses que admiraban en San Vicente las escenas en piedra policromada del martirio de Vicente y sus dos hermanas, Sabina y Cristeta por ser testigos de Jesús, el maestro que aparece como Pantocrator, único Señor. Con seis años convence a su hermano Rodrigo, para ser mártires como los santos del Flos Sanctorum. Y una mañana salieron de casa sin que lo advirtieran sus padres. Pero, su madre Beatriz, sorprendida por el gran silencio, impensable donde hay niños, los busca por las dependencias de la casa e incluso mirando al fondo de un pozo, se alarma por la ausencia de los pequeños; don Alonso está atendiendo a sus negocios y es su tío Francisco quien cruza con el caballo por el puente del Adaja, salida a Salamanca, y los encuentra en el lugar de los Cuatro Postes. Iban a “tierra de moros”. Rodrigo no era un niño sin voluntad, pero admiraba a la hermana que se había ocupado de las provisiones para el viaje y la seguía ciegamente. Una y otro en su juventud tomaron decisiones heroicas. Rodrigo, a los 24 años, en septiembre de 1535, partió para América y murió al poco tiempo en una batalla contra los indios payaguas, cerca del desierto de Chaco. Teresa lloró su muerte en el convento de la Encarnación donde había ingresado el mismo año de la marcha del hermano. Con Rodrigo había compartido la pena de la muerte de Beatriz, la madre a la que tan unida estaba en las lecturas, en el afecto y en el cuidado de los demás hermanos. Sin haber cumplido los 14 años siguió paso a paso el triste camino de su muerte en Gotarrendura. Trasladaron su cadáver a Ávila para enterrarlo en la Iglesia Parroquial de San Juan Bautista. “Como yo comencé a entender lo que había perdido –escribe Teresa-, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y suplíquela fuese mi madre, con muchas lágrimas”. Esta imagen es la de Nuestra Señora de la Caridad, que se veneraba en el siglo XVI en la ermita de San Lázaro, junto al puente del Adaja y ahora se encuentra en la Catedral de Ávila.
La muerte de la madre hizo sentir en su hija Teresa la soledad y el vivo recuerdo de mujer lectora. Con ella había experimentado la influencia de la literatura de su tiempo, que durante unos tres años puso a su alcance, pues ambas leían a escondidas los libros de Caballería: Espejo de caballeros, Tristán, Amadís y otros que les entusiasmaban, sin que lo supiera don Alonso, un tanto rígido en el estilo ajustado a la vida familiar. En ellos quedaban expuestos los modelos de hombres y mujeres del Renacimiento, sometidos a la crítica literaria del Quijote.
Al morir la madre, los hijos hicieron proyectos para orientar la vida fuera del hogar. Su hermana mayor, María, se casó en 1531 con un joven de Villatoro, Martín de Guzmán y Barrientos, y don Alonso veía crecer a su querida hija Teresa, simpática y coqueta, sin ninguna mujer de la familia que velara por ella. Coqueteaba con uno de sus primos algo mayor que ella. En el Libro de la Vida dejó escrito: “Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran tantas por ser muy curiosa”. Una monja de la Encarnación recordaba que era muy elegante. Cuando iba a visitar a una amiga, antes de tomar el hábito, vestía una falda anaranjada con ribetes de terciopelo negro. Sin duda, era una mujer deseada y su padre temía que pudiera perder el temor de Dios y la honra, “pues los medios que eran menester para guardarla no ponía ninguno”, por lo que la llevó antes de cumplir los 16 años a un convento, extramuros de la ciudad, el de las Agustinas de Nuestra Señora de Gracia, donde se educaban doncellas nobles. “Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía, y la mala disimulación mía, que no había de creer tanto mal en mí”. “Espántame algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello no lo pudiera creer. En especial en tiempo de mocedad… Querría escarmentasen en mí los padres para mirar mucho en esto”.
En Nuestra Señora de Gracia conoció a una monja inteligente, doña María de Briceño, de porte distinguido, de unos 28 años con quien experimentó “la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de los buenos”. “Comenzóme esta buena compañía a desterrar las costumbres, que había hecho la mala; y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas, y a quitar algo de la gran enemistad que tenía con ser monja, que se me había puesto grandísima”. Temía ser monja y temía casarse, rodeada de niños como su madre Beatriz, con pleitos por las herencias y otros problemas de María la hermana mayor, que fallecería repentinamente a primeros de junio de 1560 en su dehesa de Castellanos de la Cañada.
En las Agustinas de Nuestra Señora de Gracia recobró la normalidad espiritual y sintió la llamada para la vida religiosa. Contra la voluntad de su padre ingresó en el Convento de las Carmelitas de la Encarnación de Ávila a los 20 años, el 2 de noviembre de 1535. Transcurrido un año, viste el hábito del Carmen y el 3 de noviembre de 1537 profesa como religiosa. Realmente muestra firmeza y fuerza de voluntad para tomar decisiones, aunque éstas lleven consigo el dolor: “Cuando salí de casa de mi padre, no creo será más el sentimiento cuando me muera; porque me parece cada hueso se me apartaba por sí; […] si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante”.
Poco después, ese mismo otoño de 1537, enfermó en el Monasterio de la Encarnación y don Alonso pidió que dejara la clausura para curarse. En este viaje, en busca de la salud, su tío Pedro, que vivía en Hortigosa le regaló el Tercer abecedario espiritual de Francisco de Osuna, gran libro en su vida para resolver muchos y serios problemas sobre la oración mental. Su vida fue una continua lucha contra el mal físico, moral y religioso. Ante la enfermedad, los desmayos, las fiebres, el mal de garganta, el dolor de quijadas (trigémino), la crisis cardiaca “un mal de corazón tan grandísimo que ponía espanto”, del que fue a curarse a Becedas se ejercitó en la oración mental. La curandera de Becedas sólo daba citas en primavera, estación en la que aparecen las hierbas que necesitaba para hacer sus pócimas. Allí aguantó el tratamiento durante tres meses y casi acaba con ella. “El rigor del mal de corazón de que fui a curar –escribe- era mucho más recio, que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían de él, tanto que se temió era rabia […] ninguna cosa podía comer, si no era bebida, de grande hastío, calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me habían dado una purga cada día, estaba tan abrasada, que se comenzaron a encoger los nervios, con dolores tan incomportables, que día y noche ningún sosiego podía tener; una tristeza muy profunda”. La desahucian los médicos en Ávila convencidos de que, además de otros males, estaba tuberculosa. El 15 de agosto de 1539, con 24 años, quedó durante cuatro días aparentemente muerta, le pusieron cera en los ojos y abrieron la sepultura en el Convento de la Encarnación. Sólo su padre se niega a enterrarla: “Esta hija no es para enterrar”. Tardará tres años en reponerse y recuperar el movimiento normal. Fue una enferma de por vida. La fuerza interior brilló en sus limitaciones por la enfermedad como sucedió en Bethoven que compuso la novena sinfonía estando sordo y lo mismo le pasó a Goya con su pintura. Ante las dificultades se acrecienta el ingenio de la personalidad recia como sucede en Teresa que inicia la reforma y la creación de 17 fundaciones femeninas y una masculina cuando mayores eran las dificultades.
Continuó enferma durante varios años y por fin obtuvo la curación que atribuyó a san José. Nunca dejó la oración y pasó 18 años de crisis en una lucha espiritual hasta que llegó la conversión definitiva ante la imagen de un Cristo muy llagado. Sustituyó su propio “yo” por un amor a Dios absolutamente desinteresado. Su vida posterior fue una mezcla de torturas morales suavizadas con favores místicos, se entregó a la vida del espíritu identificándose con lo divino. Tras la ascética de la propia aniquilación, sigue a Cristo como hombre y como Dios transformándose en Dios por el amor del alma. Para el místico Dios está dentro del alma. No fue fácil para santa Teresa ser mujer escritora, reformadora con ascendientes de judíos conversos, que llevaron el “sambenito” en la colación toledana de santa Leocadia. En la Cuaresma de 1554 comienza propiamente su vida mística y se enfrenta a serios problemas. Experimenta que no es el ser humano quien busca a Dios, sino al revés, es Dios quien busca al ser humano. Así lo expresaría Lope de Vega, nacido el mismo año que se funda san José de Ávila, haciéndose eco del sentir místico: “Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño…” o “Qué tengo yo que mi amistad procuras…”.
La semblanza de mujer fuerte, vigorosa y robusta adquiere relieve cuando analizamos su vida, sus enfermedades y sus luchas espirituales hasta identificarse con lo divino: “Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”. Cuando el papa Gregorio XV, en 1622, la canonizó incluyéndola en la lista de los santos de la Iglesia, no se basó en sus milagros. Fue la primera mujer santificada por sus virtudes. Como mujer, adelantada a su tiempo, impulsó la reforma de una orden, abrió numerosos conventos y renovó la Iglesia gracias a su fuerte personalidad y carácter. Fue mujer entregada a la vida del espíritu, anulando el “yo”, el egoísmo, para perderse en Dios, el amor verdadero. “Está claro –escribe- que hemos menester trabajar mucho, y ayuda mucho tener altos pensamientos para que nos esforcemos a que lo sean las obras”. La mística de santa Teresa no es el quietismo, ni el iluminismo, ni el comportamiento alumbrado. Tuvo muy presente la contemplación en la oración, en la reflexión y en la acción responsable del trabajo diario, uniendo en la persona el buen hacer de Marta y María, las hermanas de Lázaro. Tuvo como lema que “Marta y María fueron siempre juntas para hospedar a Jesús, verdad y vida”. Acción y contemplación en la experiencia religiosa, en la escritura y en la reforma.
Como mujer de su tiempo conocía las dificultades que tenía por ser lectora, escritora y reformadora, siempre coherente con su palabra. “No diré cosas que no sepa por experiencia” No es una religiosa que escriba libros de devoción inspirados en lecturas místicas. Con gran dolor ha sentido la prohibición de libros escritos en romance: las obras de fray Luis de Granada, los abecedarios de Osuna y otras obras espirituales prohibidas en el Índice del inquisidor Fernando Valdés, por considerarlas heréticas, propias de alumbrados, recogidos, erasmistas y otros grupos más próximos a la espiritualidad que a la teología de la segunda mitad del siglo XVI. En estos momentos Cristo será para Teresa su libro vivo.
Ella esconde parte de su vida por prudencia, sobre todo desde que es sospechosa para la Inquisición. En la mayoría de sus escritos pone una fórmula eficaz de protección: “Escribo por obediencia”, pues los defensores de la doctrina teológica eran racionalistas, poco espirituales y sólo admitían que una mujer escribiera si estaba autorizada por el varón. Era impensable que una monja escribiera sin el mandato y el visto bueno de su confesor. Las religiosas sólo escribían sus experiencias místicas por obediencia y si se lo pedía su director espiritual. Algún libro de la santa fue quemado por decisión del clérigo de turno. También oculta el origen judío converso de su familia. Su abuelo había comprado un certificado de limpieza de sangre para olvidar sus orígenes y recuperar el honor de la familia. Cuando el superior de los Carmelitas la interroga sobre sus antepasados nobles, ella responde: “más me pesa haber cometido un solo pecado venial que si hubiera sido descendiente de los más viles y bajos villanos y conversos de todo el mundo”. Como mujer inteligente sabe evitar la respuesta a las preguntas indiscretas. Sin duda, es uno de los primeros ejemplos de “feminismo”, de “palabra de mujer” presente en la reforma de la vida religiosa. Aunque no era fácil el acceso a la lectura de la Biblia, por estar en latín, ella conoce bien la presencia de la mujer en el Nuevo Testamento y cuando le dicen que san Pablo prohíbe a las mujeres hablar en la Iglesia escribe: “Diles que no se sigan por una sola parte de la Escritura, que miren otras, y vean si podrán por ventura atarme las manos”. Sobre la experiencia mística comenta que Dios asiste por igual a hombres que a mujeres, pero escribe: “Y hay muchas más que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo Fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía aprovechaban más en este camino que los hombres, y daba de ello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas en favor de las mujeres”. Conoce el comportamiento de la mujer y derrocha humor en algunas de sus frases: “Aunque las mujeres no somos buenas para el consejo, algunas veces acertamos”. “Tengo experiencia en lo que son muchas mujeres juntas. ¡Dios nos libre!”. “Las mujeres no necesitan estudiar a los hombres, porque los adivinan”.
Si fuerte fue el mal físico, no menos lo fue el moral y religioso. Ha de luchar contra todo tipo de dificultades desde los 40 años a los 67 en que murió de una gran hemorragia, provocada por cáncer uterino. Su Libro de la Vida, ridiculizado por doña Ana, princesa de Éboli, permanecerá en los archivos del Santo Oficio de la Inquisición hasta 1586, año en que una de las primeras descalzas, Ana de Jesús, priora del convento de Madrid, pide personalmente al Inquisidor General que se devuelva el manuscrito a la Orden para que lo publique Fray Luis de León con otras obras de la autora. Fray Luis fecha la carta, verdadero prólogo de las obras, en “San Felipe de Madrid, a 15 de septiembre de 1587”.
A santa Teresa se la acusaba de tener visiones o revelaciones próximas a la herejía, de dirigir la vida espiritual de sus monjas sin estar capacitada para ello, de difundir doctrinas sobre la oración mental, coincidentes con los alumbrados… Como a san Juan de Ávila y a sus discípulos y particularmente a Bernardino de Carleval, rector de la Universidad de Baeza, a quien ella había pedido que llevaba la dirección espiritual del convento de Malagón, se la acusa de iluminismo. Ya desde 1525 había condenado la Inquisición a Isabel de la Cruz que impulsaba un grupo de espiritualidad. Se analizaba si eran conversos o cristianos viejos y eso sucedía en tiempos de tolerancia con el emperador Carlos V. A partir de 1559, las jerarquías eclesiásticas se enfrentan a los místicos, se hacen autos de fe en Valladolid y en Sevilla, se publica el Índice de libros prohibidos de Valdés y se lleva a prisión al Arzobispo de Toledo, Bartolomé de Carranza, amigo de Fray Luis de Granada, teólogo en el Concilio de Trento. Sus escritos son analizados por Melchor Cano, quien los encuentra heréticos y nocivos al bien público, porque los misterios de la fe y de la vida espiritual no debían estar al alcance del pueblo y de las mujeres.
Son tiempos en los que se predica que las mujeres “tomen su rueca y su rosario y no curen de más devociones”. Las reformas no están bien vistas, el Concilio de Trento está a punto de iniciar la tercera y última sesión con la elección del nuevo papa Pío IV. Teresa ha cumplido 47 años y está dispuesta a iniciar la reforma porque Dios se lo pide, pero está impresionada por la reacción anti-mística de la Inquisición y de algunos teólogos del Concilio de Trento. Ella se afianza en su vida espiritual: “De mi natural suelo, cuando deseo una cosa, ser impetuosa en desearla”.
Así se inician las 17 fundaciones, puestas bajo el patrocinio de san José, que señaló el conferenciante: San José de Ávila (1562), Medina del Campo (1567), Valladolid (1568), Malagón (1568), Toledo (1569), Pastrana (1570), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571). Tras estas ocho primeras inicia la segunda fase de expansión de la reforma: Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575) y Caravaca (1576), fundada por Ana de San Alberto. La tercera fase de la reforma no las funda directamente, la llevan a cabo Ana de Jesús en compañía de fray Juan de la Cruz. Villanueva de la Jara (1580), Palencia (1580), Soria (1581), Granada (1582) y Burgos (1582).
Mencionó las obras completas de la santa que le sirvieron de guía para la conferencia e invitó a conocerlas: Libro de la Vida, Libro de las Fundaciones, Camino de perfección, Las Moradas o Castillo interior, Cuentas de conciencia, Meditaciones sobre los Cantares, Exclamaciones del alma a Dios, Las Constituciones, Visita de descalzas, Avisos, Poesías, Vejamen y su correspondencia recogida en el Epistolario (435 cartas en la edición de 1982).
Aportó documentación sobre santa Teresa: fue beatificada por el papa Pablo V en 1614; en 1617 en un decreto de Felipe III se la nombra patrona del Reino; se la incluye entre los santos en la gran fiesta del 12 de marzo de 1622 por el papa Gregorio XV; en 1627 Felipe IV la tiene como patrona de todos los reinos de España con el apóstol Santiago; la Universidad de Salamanca la nombra “Doctora Honoris causa”; las Cortes de Cádiz, por unanimidad, decidieron restablecer el 28 de junio de 1812 el título de patrona a santa Teresa de Jesús; el 23 de junio de 1915 el Cuerpo Militar de Intendencia la nombra su patrona, porque consideran que su vida entera fue un combate contra el mal y encarna en ella los valores castrenses de espíritu de servicio, lealtad, abnegación, honor, disciplina y obediencia; el papa Pablo VI, a petición de los escritores españoles, la nombra Patrona Principal de los mismos el 18 de septiembre de 1965 y en 1970 es la primera mujer Doctora de la Iglesia Católica; en el 2015 la Universidad de Ávila la nombra “Doctora Honoris causa” y en el 2017, el domingo 15 de octubre, el papa Francisco establece el PRIMER AÑO JUBILAR TERESIANO.
A las 19 h. 56 min. concluyó la conferencia nombrando a dieciocho escritores de los últimos años, que en sus escritos la elogiaron teniéndola como guía y citó una docena de frases de la santa que ha hecho suyas el pueblo castellano.
Se abrió a continuación un turno de preguntas sobre las enfermedades de la santa y cómo las superaba transformando a una tullida en andariega. Cómo una mujer con visiones y revelaciones, sospechosa para los inquisidores, es maestra de espiritualidad en periodo muy complicado (1559-1582). Se preguntó también qué dejó escrito el profesor Tierno Galván sobre santa Teresa con motivo de la celebración del cuarto centenario de su muerte, cuando el papa Juan Pablo II visitó Alba de Tormes. A todas las preguntas se fue respondiendo satisfactoriamente, pero en ese momento el conferenciante no disponía de los escritos de “Cabos sueltos” de Tierno, ni de los bandos que comentaba con Fernando Lázaro Carreter ni de alguna carta escrita a Sainz Rodríguez, por lo que no dio la cita literal, pero sí afirmó que la elogiaba como escritora en la línea de un gran grupo de escritores de los años sesenta.