En recuerdo de Ricardo

Ricardo Gutierrez Nicolás

Fallecido el 23 de marzo de 2012

El 23 de marzo nos dejó nuestro compañero y amigo Ricardo Gutiérrez Nicolás, liberado ya de los dolores y padecimientos de su larga y penosa enfermedad, camino de ese otro mundo “que es morada sin pesar”. Y se fue con la satisfacción íntima de ver cumplidas muchas ilusiones, entre las que destaca una: la de haber dado a su familia un entorno de seguridad material y felicidad interior encomiables. Y sintió sin duda la alegría profunda de verse acompañado en todo momento, en estos últimos meses y días de dolores, incertidumbre y esperanzas evanescentes, de su mujer, Pepi, y sus dos hijas (Elena y Cristina), y de haber sentido su amor y cercanía.

No era Ricardo un Don Quijote, luchador por ideales lejanos y causas perdidas – su vida transcurrió tranquila, conforme a lo que él deseaba, bregando con el día a día, avanzando a su ritmo, volcándose con su familia, cumpliendo sus metas y deseos paso a paso.

Nacido el 8 de septiembre de 1950 en Alcalá de Henares, allí cursó sus primeros estudios, terminando más adelante el bachillerato en colegios militares en los que ingresó debido a su padre militar. Después de trabajar en una empresa de transportes y de estudios de informática, pasó a trabajar en un banco, donde siguió hasta su prejubilación, a los 52 años.
Aún durante sus estudios de bachillerato conoció a Pepi, con la que se casó después de 6 años de novios, a los que siguieron 34 años de casados: sin lugar a dudas, la familia era su vida, durante la que residieron sobre todo en Móstoles.

En sus contactos sociales, prefería la intimidad de la conversación y de las experiencias compartidas con sus buenos amigos, a las fiestas y grandes aglomeraciones. Tras su jubilación, Ricardo tuvo tiempo para dedicarse a otra de sus pasiones, la historia. Y tampoco estaba cerrado a nuevos retos: asumiendo sus nuevas responsabilidades de amo de casa, aprendió a cocinar, aunando así su deseo de cuidar de la familia y su afición a la buena comida.

Logró realizar dos grandes ilusiones que albergaba desde su juventud. Tener una casita en una playa andaluza (su padre era gaditano y llevaba en los genes el amor a Andalucía) y una casita en la sierra, lo cual aunque no es sierra, este deseo se cumplió con la compra de su casa aquí en La Adrada, donde cuidaba con dedicación su pequeño jardín, disfrutaba del campo y de esos bollos y ese queso tan ricos del lugar, y donde nos obsequió con su cordialidad y simpatía – ¡por demasiado poco tiempo!

Nos queda la alegría de haberlo conocido, de haberlo tenido entre nosotros, del recuerdo entrañable. Por lo demás, como nos cantaba Mercedes Sosa:


… el amor es simple,
y las cosas simples,
se las lleva el viento…

Por la Asociación de Amigos de La Adrada
Axel Mahlau

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